María Inmaculada, que subes hoy, al templo del señor.
Lo siento mucho. Si has leído el título y te has puesto a
cantar, vas a tener esta canción todo el día en tu cabeza. Yo también fui al
colegio del Pilar.
Mi madre me llevo por primera vez cuando tenía 3 años. Lloré un poco al entrar y de lo siguiente que me acuerdo hasta los 6 años es que me
clavé un punzón en el dedo gordo de la mano. ¿Quién da punzones a niños tan pequeños?
Las clases de primero de prescolar se dividían en dos grupos
A y B. Ser de A o de B te marcaba para el resto de la vida. Éramos un número,
que tenías que recordar cada día a la hora de colgar tu ropa en el perchero, al
pasar lista, etc. Yo era el número 4. No por inteligencia sino por orden alfabético
según tu apellido.
Nos sentábamos en el suelo en círculos y nos sacaban a lado
de la pizarra para preguntarnos la tabla de multiplicar. Que miedo daban las
pizarras. Terminé segundo enterándome de que los reyes eran los padres, menuda
mierda.
En tercero, nos sentábamos ya siempre en pupitres. En la
clase de María Antonia en filas, en las otras en grupos. Los pupitres de El
Pilar diremos que eran de lo más retro. El tablero de la mesa se levantaba
hacia arriba y tenían un hueco donde poner todos tus libros. Cada clase tenías
que levantar la tabla de la mesa y rebuscar por ahí a ver donde he dejado yo el
libro de matemáticas… ¡Uy! un cacho de galleta, que rico. Cabía de todo en esos
pupitres.
Nos pasamos esos años asustados. Empezaron los deberes, los
exámenes, nos ponían notas y ya la gente podía hasta repetir. ¡Repetir, que
horror!
Llegamos a sexto y allí ya empezó la salsa. Ya estábamos
acostumbrados a los exámenes y a esa presión de las notas así que nos empezamos
a relajar. Salir al recreo era de lo más divertido. Nos pasábamos el recreo
escondidas en el baño, en una esquina del colegio cogiendo lagartijas, jugando
a la goma, gritando por la barandilla a gente que pasaba por abajo, imitando a
las Spice Girls, a los Back Street Boys, alguno que otro a Chayane. Jugando a
burro, a la peste, a bodas.
En el patio había dos campos de futbol y dos de baloncesto,
pero todos ellos estaban ubicados en el mismo sitio. Es decir, jugaban en
vertical al futbol y en perpendicular al baloncesto. Nosotras nunca jugábamos a
nada, pero pasar por ahí sin que alguien te diera un balonazo, sinceramente era
un arte. ¡Bam! ¡Balonazo en la cara! Y ya te sentías tonto para el resto del
día.
En la ESO llegaron los vaciles, las parejitas, los motes.
Todo el mundo tenía un mote, entonces entre clase y clase salías a vacilar al
pasillo y gritabas el mote de la primera persona que veías. Algunos motes iban
con cancioncilla y todo.
Se pusieron de moda las cartas. Si, las cartas. Escribías todos
los cotilleos del colegio en una hoja secreta y te la pasabas de mano en mano.
A Pepito le gusta Juanita y están a rollo. Alguien ha cagado en la cuesta del colegio.
Hay un pasadizo secreto a lado de la clase de tecnología dicen que llega a los
cuartos de las monjas. Me han castigado por llegar tarde. A Menganito se le ha
salido el pito en clase de gimnasia por el pantalón, que fuerte. Un chico se ha
declarado con rosas a María en el patio y le ha dicho que no.
Las agendas fueron también nuestro modo de comunicación, un
poco mas sentimental. Las llenábamos de frases pelotas y de grafitis (letras
dobles). Para la más guapa de la clase y la más maja. Para mi mejor amiga de
clase. Rimas subliminales tales como: Cuando vayas a la cocina y veas un
melocotón acuérdate de tu amiga que te quiere mogollón.
Un día importantísimo para nosotros era la vuelta al cole después
del verano. Ese día era el único día del año que corrías como un condenado para
llegar el primero y coger el mejor sitio. A la segunda hora de tutoría ya nos
habían cambiado a todos. Que manía nos tenían los profesores.
En primera fila les ponían siempre a los que sacaban malas
notas. Un año a uno de mi cuadrilla le pusieron tan adelante que tocaba la
pizarra con la nariz. Salías a la pizarra y no tenías sitio ni para escribir
porque él estaba muy cerca. Todavía nos reímos de eso.
No se si ya lo he dicho, pero era un el colegio de monjas. Muy
majas las monjas, estaban casadas con Dios.
- ¿María Ángeles porque llevas un anillo de casada?
- Porque estoy casada
con Dios.
A veces las monjas nos echaban la bronca por chorradas.
No les gustaban los niquis de tiras ¡se nos veía el sujetador! La falda del
uniforme según el año iba quedándote mas corta, eso tampoco les hacía mucha
gracia.
De religión en cuestión ya casi no me acuerdo de nada. Me
acuerdo del arca de Noé, de los panes y el vino, de que María se quedo
embarazada de milagro. Estas cosas me debieron de impresionar.
De las canciones de la iglesia sin embargo, si que me
acuerdo. De todas. Nos las grabaron a fuego en nuestros cerebros. Estas
canciones, no se lo digáis a mucha gente, pero me producen un poco de orgullo,
no se por qué. Me vengo arriba cuando las canto.
Así que para terminar este post de mis recuerdos en el
colegio de El Pilar, lo hare cantando algunas de esas canciones. Venga anímate,
que seguro que te las sabes.
- _Tus manos son palomas de la paz, tus manos son
palomas de la paz.
- _Mujer de fé profunda que en la iglesia, proclama
la verdad. Maestra de la vida y misionera, Oh madre Lestonac.
-
_Celestial
niña María Inmaculada, que subes hoy al templo del señor. Santa y sin par a los
divinos ojos y a los tuyos tan solo humilde flor.
Bueno chicos, aquí os he dejado un pedacito de mi infancia.
Me sorprende acordarme de tantas cosas y a la vez, me dejo muchas por decir.
¡Un saludo a todos los que hayan cantado conmigo! ¡Y también a los que les haya
recordado a su infancia! Que bonito es a veces sentir que todavía llevas dentro
ese espíritu de niño inocente y feliz.
PD: Canción de autobús nivel profesional: - ¡Anoeta! ¡Anoeta!